sábado, 23 de marzo de 2013

Carta a un posible enemigo

¡No! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué no se levanta y sigue luchando? ¿Tan fuerte ha sido ese último golpe?
Me llevo las manos al pecho, intentando agarrar mi corazón desbocado. Al ver cómo caía abatido, había salido de mi pequeño escondrijo, aunque él me había advertido que no saliera bajo ningún concepto. Estaba completamente a la vista, a no más de treinta metros de su cuerpo malherido y de su atacante, que esbozaba una sonrisa triunfal. No, no, no... ¿Por qué no ha esquivado ese hechizo? Estaba ofuscado en acabar con el enemigo. Él nunca comete ese error, ¿por qué esta vez sí?
Por mis mejillas corren las primeras lágrimas de sangre, aún sabiendo que todavía está vivo. Es entonces cuando advierto el movimiento de su enemigo, se está acercando a él. Sin pensarlo dos veces, cubro la distancia que me separa de mi amado a una velocidad tan vertiginosa que hasta el enemigo se sorprende. Me arrodillo junto a él, agarrando la parte alta de su túnica en un intento de que me mire. Y lo consigo. Es la primera vez que me ve llorar pero no me importa, no ahora, y no cuando sus ojos dorados también están empañados por las lágrimas. 
En ese momento, una risa macabra nos interrumpe, seguida de unos aplausos que colman el vaso. Voy a levantarme y a arrancar la cabeza a ese tipo pero, antes de que pueda moverme, mi querido mago me sujeta. Bajo la mirada hasta su túnica, manchada por mis lágrimas, y vuelvo a ahogarme en ellas. 
Su contrincante me advierte para que me aparte pero le hago caso omiso, no puedo dejarle aquí. De pronto, todo se oscurece, se está preparando el último golpe que acabará con los dos pero no me importa, ya no. Los labios de mi mago se mueven para formular dos palabras, dos palabras que consiguen que mi frío corazón se hiele aún más. "Te quiero". 
Y es entonces cuando una luz dorada, más brillante que el propio Sol, nos envuelve en un cálido manto, haciendo que cierre los ojos para protegerme. Cuando vuelvo a abrirlos ya no estamos en el campo de batalla, sino frente a las puertas de su Torre, y mis dedos envuelven una fría mano inerte.
¡No! No puede ser... Ha usado sus últimas fuerzas para sacarnos de allí, para protegerme. Un desgarrador grito sale de lo más profundo de mi ser y las lágrimas no hacen ningún intento de detenerse. 
No puede acabar así, no tiene sentido que acabe así. Apoyo la frente sobre su torso, agarrando sus ropas con más fuerza de la debida, llorando con impotencia su muerte.
Éso es, venganza. Venganza buscaré contra quién osó arrebatar la vida a esos ojos dorados. Venganza... 





Pero no, queridos míos, la venganza nunca llegó, pues ésto sólo ha sido una visión de los muchos futuros posibles que nunca llegarán mientras una servidora siga con su trabajo en las sombras. 
Dejad que vuelva a retirarme, pronto tendréis noticias de esta sigilosa observadora.

Siempre... Mía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario