martes, 18 de abril de 2017

Carta a un amor perdido

Temíamos encontrarnos como se teme la llegada de un largo invierno. Un temor fundamentado en la experiencia del corazón. Cuando nos encontramos, temimos llegar a conocernos demasiado. Un temor basado en la firme creencia de que nuestros más oscuros secretos debían seguir siendo eso, secretos. Y cuando nos conocimos, cuando finalmente nos dejamos amar, cuando nuestras almas se entrelazaron y nuestros cuerpos empezaron a bailar al mismo ritmo, ya era demasiado tarde. Un dios salvaje llamado Tiempo tenía otros planes para nosotros, urdidos bajo la atenta mirada de un dios oscuro y la mano de hierro de un dios de luz. Les debíamos lealtad por encima de nuestros deseos, y no dudaron en hacérnoslo saber. El tapiz que habíamos tejido pronto empezó a deshilacharse. La coraza que tanto nos había costado quemar resurgió de sus cenizas. Y nuestros sentimientos, amor, volvieron al segundo plano del que nunca debieron haber salido. Ahora, con el recuerdo de tu mirada grabado a fuego en mi mente, te escribo desde un lugar apartado a la sombra de la historia. Mis ojos aún deben acostumbrarse a esta repentina oscuridad, pero mi alma vuelve a sentirse como en casa. Juramos algo tan efímero y eterno que a nuestros dioses les entró miedo. Y una ofensa como tal no podía pasar inadvertida. Terminaremos por echar de más aquellas largas horas de deliciosa complacencia, o acabaremos por pasear de la mano de la diosa Locura. Si ser llamados locos es el precio a pagar por conservar nuestro recuerdo, dime, ¿acaso no merece la pena?
No espero tu respuesta, tampoco sé si la quiero. Mientras tanto, seguiré con la tarea que me ha sido encomendada.
Vive, amor, y si Tiempo lo desea, volveremos a encontrarnos.





Siempre tuya.