martes, 12 de noviembre de 2013

Tormenta

     Sentada frente al ventanal en el camarote del capitán. Sentada observando la bravura del mar. Un vaivén constante en el que se deja llevar. El chirrido de la puerta le advierte de que ya no está sola, aun así sigue con la mirada perdida en la espuma de las olas. Una mano de dedos firmes y ásperos acaricia sus hombros desnudos, la otra aparta la cascada de bucles negros para dejar paso a unos labios cortados por el frío, pero que besan con ternura la base de su cuello. "Se avecina tormenta", fue lo único que dijo. Apenas un susurro, quizá un pensamiento en alto o solamente algo para romper el tenso silencio que reinaba. Las caricias siguieron su camino, recreándose alrededor de alguna que otra cicatriz, hasta que finalmente se apartó. No fue hasta ese momento que se dio cuenta de lo fría que estaba, de la escarcha que empezaba a formarse en los cristales. El calor humano que aquel hombre se había llevado consigo pronto fue sustituido por el que le brindaría una gruesa capa de terciopelo negro, colocada sobre sus hombros con suma delicadeza, como si la fragilidad se hubiera hecho persona. Lo agradeció en silencio, una inclinación de cabeza casi imperceptible. Al momento volvía a estar sola.
     El ruido de las olas que golpeaban el casco ahogaba el ajetreo en cubierta, pero no tanto como para que no oyera lo que pasaba. El capitán daba órdenes a viva voz, aunque en vez de gritar parecía gruñir desde el fondo de su garganta. 
     Cambiaban el rumbo, se alejaban de la tormenta.