Entonaba la melodía de una canción que nos pertenecía
La caricia de un verso prendido entre comisuras ladinas
La sombra vacía de un corazón consternado
Como un eco envolvente de un encuentro inesperado
Cuánto dolor abarcará su alma, si a retales rebosa su mirada
Y flotan sobre unas ojeras profundas, unas marcas más de muerte que de vida
Y tras cada arrítmico latido, contenido y desenfrenado
Se deja entrever la profundidad de esa herida que no sana
Cubre de nostalgia el aliento el camino hasta el ocaso de esa boca
Y bebe del recuerdo impío que impregnado en la saliva perdura
Así como yo he de beber de la sangre que derrames al amarme
Y en la embriaguez de ser encontrarte, tendida y rendida. Expectante
De los besos que mi boca te ofrezca, seducida por el anhelo
De la entrega ofrecida en este suspiro ya marchito
Y así agitar esta existencia efímera, desbordada en culpa y melancolía
Desvanecida en un catártico delirio. Tuya. Mía.