lunes, 1 de mayo de 2023

De un encuentro fortuito transformado en apolínea catarsis

Entonaba la melodía de una canción que nos pertenecía 
La caricia de un verso prendido entre comisuras ladinas
La sombra vacía de un corazón consternado 
Como un eco envolvente de un encuentro inesperado

Cuánto dolor abarcará su alma, si a retales rebosa su mirada
Y flotan sobre unas ojeras profundas, unas marcas más de muerte que de vida
Y tras cada arrítmico latido, contenido y desenfrenado
Se deja entrever la profundidad de esa herida que no sana

Cubre de nostalgia el aliento el camino hasta el ocaso de esa boca
Y bebe del recuerdo impío que impregnado en la saliva perdura
Así como yo he de beber de la sangre que derrames al amarme
Y en la embriaguez de ser encontrarte, tendida y rendida. Expectante 

De los besos que mi boca te ofrezca, seducida por el anhelo
De la entrega ofrecida en este suspiro ya marchito
Y así agitar esta existencia efímera, desbordada en culpa y melancolía
Desvanecida en un catártico delirio. Tuya. Mía. 

martes, 28 de marzo de 2023

La confidencia de un corazón en su cuévano #1

Buscando el debate, me perdí en la provocación. Lloro, suspiro, beso y sangro sobre las cartas que le escribo. Evocando las caricias bajo los soportales, me acomete el pensamiento recurrente de que era lo que menos me convenía, lo que menos quería perderme de la vida. 
Que dijeran que no tentara al diablo porque no suele perder sólo consiguió evaporar mis dudas y prender la certeza de que lo que menos importaba era llegar. Tomó el aliento que traspasaba mis labios rotos por el frío y lo convirtió en fichas de un juego de azar cuyo premio parecía ser colocarse un paso más cerca del delirio.  
Y en el ápice de cordura que me quedaba, rendí mi poesía al ritmo acompasado de su respiración contra la mía. 
Reconocí en esa mirada insondable el atisbo de una ambición afín. Quería dejarme atrapar en esa espiral de vicio y vanidad. 
Adoraba que el dolor empañara todo lo que sentía. Que lo que no tocara nuestro anhelo se cubriera de relente. Que la marea de la mañana nos encontrara besándonos los ojos y el atardecer nos instara a perdurar. Ser aliento y suspiro entre sus labios. Viento y agua. 

¿Qué es esta ligera sensación de irrealidad?

miércoles, 11 de enero de 2023

La evocación del olvido

Mi angustia encuentra demasiados objetivos en los que detenerse; desnudar de rocío las aceras para vestir sus inquietudes o añorar algo que nunca he conocido. Cuando la melancolía me ronda, imagino tu espalda sobre la alfombra. El humo saliendo de tus labios hacia los míos. El sumiso claudicar de mi aliento sobre tu ingle. 

Colocarte de nuevo en el camino sólo por el placer de volver a tropezar con tu poesía. Era tu respiración sobre mi cuello lo que me hacía olvidar la sed. Era el paseo de mi lengua sobre tus ganas; como un roce monocromático en nuestro descolorido encuentro.

Si tan sólo invocando el olor a limón y azahar que embriagaba hasta el éxtasis nuestros sentidos se hace tan presente tu recuerdo, ¿qué no haría por escuchar de nuevo tu silencio? 

Sobre el suelo de esa habitación firmamos la definición del amor. 

viernes, 2 de julio de 2021

Misceláneas 2/2

 Necesito más.

Era lo único que ocupaba mi mente desde el hallazgo de la llave. Ese pensamiento me empujaba a seguir vagando, me torturaba cuando intentaba acallarlo.

Necesito más, sí, pero estoy perdida. Sólo la muerte podría traerme descanso, pero mi castigo es la perpetuidad; Ver morir la realidad una y otra vez, desde mi lugar apartado a la sombra de la historia. En otros tiempos esta oscuridad me acogía, me acunaba durante mis interminables horas de vigilia. Ahora me engulle y a la vez me rechaza, tira de mí y me esquiva. No me deja marchar pero tampoco invita a quedarme. La impotencia tiñe cada segundo desde que se reveló mi anhelo. Pero, ¿acaso no merezco este tormento? Me rebelé por querer sentir más de cerca, por querer palpar en mis propias carnes el dolor del desamor. Otra vez. El afán de pertenecer a su sonrisa me convirtió en viajera errante. 

Que brujas y beodos libertinos guarden mis andanzas. 

Que sedientos sátiros se empapen de mis infortunios. 

Que las crisálidas del firmamento tejan mi ajado destino.

 Que mi desiderátum aguarde paciente.


domingo, 13 de septiembre de 2020

Misceláneas 1/2



Como el alma que una vez se enamoró del viento

Como el mar absorto ante la belleza del ocaso

Como el lento arrullo de la caricia de un amante

Como el crepitar de los rescoldos de la ira menguante

Me dijeron que la tranquilidad es un oasis efímero en un desierto caótico. Lo que no dijeron es que la echaría tanto de menos. Vagando entre el tomillo y el romero, recojo lo que queda de mi muralla, la que guardaba mi reino de llaves.
¿Sufre el silencio cuando lo mata el sonido? Lo único certero es que me llenaba el escucharte cantando y ahora ni la más hermosa de las compañías es capaz de saciarme. Aunque tildar de hermoso algo que ha sido engullido por esta oscuridad palpable sería pecar de barroquismo. 

Recuerdo que mis pensamientos seguían esa línea destinada a mi autodestrucción cuando me pareció escuchar el débil tintineo de una de las llaves perdidas. Inconfundible, indescriptible. Podía sentirla, como si hubiera estado sepultada entre canciones y mentiras de bar, y ahora se irguiera reclamando ser encontrada. ¿Debía dejarme arrastrar por su hechizo? No cabía dudar. Seducida como el insomnio por la madrugada, me dejé llevar saltando entre los recuerdos sombríos de almas consumidas que formaban el camino hacia mi sometimiento. Pues eso era lo único que podía encontrar junto a la llave, también lo único que quería, que anhelaba. 

Echaba de menos el dolor, amor. La incertidumbre, la pasión de lo desconocido. El fuego y su desgaste, el hielo y su memoria. El jirón de nubes que hasta entonces había sido mi corazón se recompuso lo suficiente como para dejarme sentir una pizca de todo lo que deseaba. 

Necesito más.  




miércoles, 7 de noviembre de 2018

Soplando las cenizas

  Pasaste por mí dejando cicatrices más que huellas. Recuerdo las caricias y aún hoy siento las cosquillas. Cómo decirte que fuiste tú, cómo decir que conquistaste mi reino, quemaste mis fronteras obviando todas las tormentas. Cómo decirte que aquel "Perdona, ¿tienes fuego?" me tocó las ganas de volar. Que mi cordura ardió con el humo de tu cigarro y mi mirada no hacía más que perderse en esas facciones que pronto me quitarían el sueño. Que me dabas ganas de escribir, con el sabor a menta de tus besos aún en los labios. Que amarnos a oscuras fue el primer paso para someter la eternidad. Que todas las tentaciones cabían en dos nombres. No sé cómo decirte que eras el caos que ponía orden a mi vida. Que me provocaste una sed que nadie más ha sido capaz de saciar. No sé cómo decirte que acabé en el bar del Desencanto contando las gotas de cerveza que caían por mi garganta. Allí también se cuentan historias como la nuestra. Casi.

  Y me encuentro yo aquí, soplando las cenizas de lo que se mereció incendios, haciendo malabares con las ganas de follar(te), escribiendo una apología de lo cotidiano y reivindicando mi derecho a gritar, a sufrir y a no olvidarte.
  Porque es fácil decir que el tiempo todo lo cura, que todo se supera y que nada es para siempre.
  Pero pasear entre peces después de haber bailado con sirenas o contar las gotas de gotelé del techo después de haber contemplado las estrellas, no. No es tan fácil.

  El espectáculo debe continuar y, como simple sierva de la Historia, debo volver a caminar entre bambalinas. Volver a observar se hace cada vez más difícil y me pregunto si realmente merece la pena arriesgarse tanto.




lunes, 12 de junio de 2017

Through the Fire and Flames.

¿Recuerdas aquel beso bañado por las últimas luces del día? Fue lluvia, fue viento, fue fuego. Cuando nos apartamos, tenías la mirada de quien las ha pasado putas por amor y la misma sonrisa que la primera vez que nos acostamos.
Y aunque todo haya cambiado, todo sigue igual.
Jax sigue bailando con la Luna cuando no está en nuestro cielo, los gatos siguen corriendo descalzos por los tejados y las espinas de las rosas siguen haciéndonos sangrar. ¿Te cuento un secreto? Vendí mi vida a la misma Muerte por poder tocarte cada madrugada, sin tener en cuenta que podrías ser tú el que se marchara al cambiar de dirección el viento. 
Quise trazar los contornos de la magia que emanabas. Me duele encontrarle patrones al universo, ahora que ya no soy la locura de tu insomnio. Quise volar alto como Ícaro, desaparecer en un pestañeo y aparecer en un suspiro. Me duele que juntos nos vieran como floritura en un pentagrama, como inspiración para hacerlo todo excesivo y como lo que éramos: dos amantes del vicio, pugnando por hacernos oír en un mundo de mediocridad y conformismo. Qué puedo decir. Mi infierno me vino dado en forma de ojos oscuros y pelo largo. 
Quizá te amé por la sensación de libertad que nos embriagaba cuando viajábamos a ninguna parte, con dos mochilas y mil canciones en la recámara. Quizá te amé porque necesitaba que me quemara otro hielo distinto al mío. Y aquí estoy hoy, escribiendo sobre el amor y la vida sin tener una jodida idea de una cosa ni de la otra. Empañando los recuerdos con lágrimas, esperando que el último peón caiga, que la última nota suene, que el último baile acabe. Pero, contra todo pronóstico, fui feliz. Porque pude escribir mientras te veía dormir, porque aprendí a vivir sin motivos, porque dije todo lo que quería decir. Porque me emborraché de sensaciones y alcohol, porque grité al mundo que estaba harta de besos amargos y compromisos, porque pude, por un instante, quitarme todas las máscaras y ser yo. 
Por eso, amor, gracias. Aunque tus manos acaricien otra espalda, aunque tu voz cante para otros oídos, aunque tu corazón, tu desgastado corazón, sangre por otra persona, siempre nos quedará el recuerdo de sabernos inmortales en nuestro pequeño rincón del universo.



Siempre tuya. 

jueves, 1 de junio de 2017

Palabras ajenas #1: La Patria Errante

Cuando cierro mis ojos, aún puedo ver la afilada silueta del Bloodcrow hendiendo la espesa niebla, como una saeta oscura y veloz que se cierne implacable sobre su víctima. Y lo veo a él. Veo a El cazador encaramado sobre el mascarón de proa con forma de cuervo, con la mirada fija al frente, más allá de la punta del Bauprés, y una media sonrisa confiada y temeraria asomándose a sus labios apenas curvados en una sutil mueca. Veo a El Cazador impávido y al viento bailando alrededor suyo y entre ambos el silencio, como si fuesen dos viejos amantes para los que las palabras no tuviesen valor alguno. No, aquel hombre había llegado a una suerte de secreto acuerdo con el viento y había estampado su rúbrica con el salitre de sus velas y la sangre de su alfanje. Aquel hombre acariciaba la madera de la cubierta de su barco con la ternura con la que recorrería la piel desnuda de la mujer de sus sueños y cabalgaba sobre él, como se monta a una furcia de puerto, espoleándolo despiadado contra los elementos. Aquel hombre se lanzaba el primero a la refriega, con la imagen de su navío envuelto en furiosas llamas, justo antes de irse a pique, como el único mausoleo digno de albergar sus huesos, encabezando a sus hombres. A nosotros, que fuimos su única familia durante tanto tiempo.
Fueron muchos los nombres que usaron durante aquellos tres años y tiempo después, para referirse a nosotros. Nos llamaban ladrones, saqueadores, bribones, simples ratas malolientes y anárquicas, ansiosas por abalanzarse sobre un puñado de oro. O piratas. Si, también nos llamaban piratas. Pero solo hay una verdad absolutamente cierta: éramos hombres, hombres llenos de defectos y bajas pasiones, pero también virtuosos a nuestro modo, osados pero supersticiosos, más o menos optimistas o bravucones, avaros, viciosos, borrachos y viles, pero también libres y hermanos, conscientes de la efímera existencia. Hablábamos distintas lenguas y veníamos de distintos rincones del mundo, a cada cual más miserable. Rezábamos a dioses distintos, o no encomendábamos nuestras almas a ninguna entidad más allá de la fortuna. Todos éramos imperfectos, como toscas tallas llenas de astillas, que un carpintero hubiera esculpido en despojos de madera a toda prisa. Pero cuando echo la vista atrás, no recuerdo a ni uno solo de aquellos hombres, por el que no hubiese dado la vida sin dudarlo.
Como ya he dicho, todos nosotros, por separado, no éramos más que hombres, pero juntos conformábamos una pequeña patria errante, con la libertad como única enseña. Quizás lleváramos a cabo algunas acciones moralmente reprochables, pero ¿A caso importaba? Cuando todos empujan el cabrestante bajo un sol de justicia, con las estelas de sudor surcándonos la espalda, cuando achicas agua del casco inundado con un cubo, codo con codo, o cuando cortas el cuello de un hombre que está a punto de acabar con tu hermano en armas, sobre la cubierta de un navío mercante, se generan vínculo que van más allá de la ética e incluso del honor.
Han pasado muchos días desde que me uní a la tripulación del Bloodcrow. Por aquel entonces yo no era más que un niño lampiño, vestido con ropas caras e inocente como un polluelo que acaba de salir del cascarón y es curioso, como a pesar de haber vivido incontables venturas y desventuras y tras probablemente haber agotado casi toda la suerte que me queda para el resto de mi vida, aún recuerdo vívidamente, la cara escéptica de James Hunter, nuestro capitán, la primera vez que me tuvo ante sus ojos y también recuerdo la primera frase que me dedicó, mientras esbozaba una media sonrisa confiada y temeraria: “En el mar, lo único que importa es cuán grande es tu voluntad para hacer valer la ley de tu acero y la certeza de que por muy grande que seas, siempre habrá un pez mayor que tú”




Autor: Alejandro Rueda. Twitter: @Alexpinette FB: Alex Rueda

martes, 18 de abril de 2017

Carta a un amor perdido

Temíamos encontrarnos como se teme la llegada de un largo invierno. Un temor fundamentado en la experiencia del corazón. Cuando nos encontramos, temimos llegar a conocernos demasiado. Un temor basado en la firme creencia de que nuestros más oscuros secretos debían seguir siendo eso, secretos. Y cuando nos conocimos, cuando finalmente nos dejamos amar, cuando nuestras almas se entrelazaron y nuestros cuerpos empezaron a bailar al mismo ritmo, ya era demasiado tarde. Un dios salvaje llamado Tiempo tenía otros planes para nosotros, urdidos bajo la atenta mirada de un dios oscuro y la mano de hierro de un dios de luz. Les debíamos lealtad por encima de nuestros deseos, y no dudaron en hacérnoslo saber. El tapiz que habíamos tejido pronto empezó a deshilacharse. La coraza que tanto nos había costado quemar resurgió de sus cenizas. Y nuestros sentimientos, amor, volvieron al segundo plano del que nunca debieron haber salido. Ahora, con el recuerdo de tu mirada grabado a fuego en mi mente, te escribo desde un lugar apartado a la sombra de la historia. Mis ojos aún deben acostumbrarse a esta repentina oscuridad, pero mi alma vuelve a sentirse como en casa. Juramos algo tan efímero y eterno que a nuestros dioses les entró miedo. Y una ofensa como tal no podía pasar inadvertida. Terminaremos por echar de más aquellas largas horas de deliciosa complacencia, o acabaremos por pasear de la mano de la diosa Locura. Si ser llamados locos es el precio a pagar por conservar nuestro recuerdo, dime, ¿acaso no merece la pena?
No espero tu respuesta, tampoco sé si la quiero. Mientras tanto, seguiré con la tarea que me ha sido encomendada.
Vive, amor, y si Tiempo lo desea, volveremos a encontrarnos.





Siempre tuya.