domingo, 13 de septiembre de 2020

Misceláneas 1/2



Como el alma que una vez se enamoró del viento

Como el mar absorto ante la belleza del ocaso

Como el lento arrullo de la caricia de un amante

Como el crepitar de los rescoldos de la ira menguante

Me dijeron que la tranquilidad es un oasis efímero en un desierto caótico. Lo que no dijeron es que la echaría tanto de menos. Vagando entre el tomillo y el romero, recojo lo que queda de mi muralla, la que guardaba mi reino de llaves.
¿Sufre el silencio cuando lo mata el sonido? Lo único certero es que me llenaba el escucharte cantando y ahora ni la más hermosa de las compañías es capaz de saciarme. Aunque tildar de hermoso algo que ha sido engullido por esta oscuridad palpable sería pecar de barroquismo. 

Recuerdo que mis pensamientos seguían esa línea destinada a mi autodestrucción cuando me pareció escuchar el débil tintineo de una de las llaves perdidas. Inconfundible, indescriptible. Podía sentirla, como si hubiera estado sepultada entre canciones y mentiras de bar, y ahora se irguiera reclamando ser encontrada. ¿Debía dejarme arrastrar por su hechizo? No cabía dudar. Seducida como el insomnio por la madrugada, me dejé llevar saltando entre los recuerdos sombríos de almas consumidas que formaban el camino hacia mi sometimiento. Pues eso era lo único que podía encontrar junto a la llave, también lo único que quería, que anhelaba. 

Echaba de menos el dolor, amor. La incertidumbre, la pasión de lo desconocido. El fuego y su desgaste, el hielo y su memoria. El jirón de nubes que hasta entonces había sido mi corazón se recompuso lo suficiente como para dejarme sentir una pizca de todo lo que deseaba. 

Necesito más.