miércoles, 7 de noviembre de 2018

Soplando las cenizas

  Pasaste por mí dejando cicatrices más que huellas. Recuerdo las caricias y aún hoy siento las cosquillas. Cómo decirte que fuiste tú, cómo decir que conquistaste mi reino, quemaste mis fronteras obviando todas las tormentas. Cómo decirte que aquel "Perdona, ¿tienes fuego?" me tocó las ganas de volar. Que mi cordura ardió con el humo de tu cigarro y mi mirada no hacía más que perderse en esas facciones que pronto me quitarían el sueño. Que me dabas ganas de escribir, con el sabor a menta de tus besos aún en los labios. Que amarnos a oscuras fue el primer paso para someter la eternidad. Que todas las tentaciones cabían en dos nombres. No sé cómo decirte que eras el caos que ponía orden a mi vida. Que me provocaste una sed que nadie más ha sido capaz de saciar. No sé cómo decirte que acabé en el bar del Desencanto contando las gotas de cerveza que caían por mi garganta. Allí también se cuentan historias como la nuestra. Casi.

  Y me encuentro yo aquí, soplando las cenizas de lo que se mereció incendios, haciendo malabares con las ganas de follar(te), escribiendo una apología de lo cotidiano y reivindicando mi derecho a gritar, a sufrir y a no olvidarte.
  Porque es fácil decir que el tiempo todo lo cura, que todo se supera y que nada es para siempre.
  Pero pasear entre peces después de haber bailado con sirenas o contar las gotas de gotelé del techo después de haber contemplado las estrellas, no. No es tan fácil.

  El espectáculo debe continuar y, como simple sierva de la Historia, debo volver a caminar entre bambalinas. Volver a observar se hace cada vez más difícil y me pregunto si realmente merece la pena arriesgarse tanto.