miércoles, 26 de octubre de 2016

No era deslumbrante

   No tenía una belleza deslumbrante, pero si entablabas conversación con ella era irresistible. Su mirada podía provocar una erección sin proponérselo y su pelo evocaba una tormenta de verano. Pero no era deslumbrante.
   Tenía unas mejillas tremendamente abofeteables y un trasero que invitaba al azote. Tenía unos pezones rosados que pedían ser mordidos. Pero no era deslumbrante.
   Tenía la boca y los pies pequeños, y una nariz que no dejaba indiferente a nadie. Tenía unas manos elegantes de uñas afiladas. Pero no era deslumbrante.
   Llevaba dos anillos y un pendiente, y un lunar junto al ombligo. Leía y dormía a partes iguales porque lo suyo era soñar. Pero no era deslumbrante.
   Jugaba a ser ella misma, pero el juego siempre acababa igual: con una rendición y una rosa. Hasta que no fue así. Entonces cambió. Creció, siguió leyendo e inventándose juegos nuevos, cada uno acompañado de una historia. Pero seguía sin ser deslumbrante.
   Le decían que era pecado sentir como ella sentía. Ella les sonreía desde su propio Infierno. Descendiente de locos que dejaban los cuentos sin final, hija de poetas de prosa y presos de versos. Compañera del alfiles sin reina, hizo rodar la corona al tercer movimiento. Se relamía las heridas frente al espejo, pero evitaba mirarse a los ojos por temor a ver demasiado. No era deslumbrante.
  Se rendía a la oscuridad porque la luz, como el amor, le hacía daño. Y aunque le gustaba sufrir, se merecía un descanso de vez en cuando. Anduvo sin balas, sólo con sus palabras, sin ángel que la guardara, con música siempre sonando. Cuentan que fue amante de un dios, cuentan que había fuego en su poesía, cuentan que, cuando lloraba, sonaba una radio clandestina.
  Pero no era deslumbrante y ella lo sabía.


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