jueves, 17 de noviembre de 2016

Aquel bardo

Hoy os contaré la historia del bardo con acento sureño que me cortejó aquel invierno.
Andaba por un sinuoso camino, contemplando las estrellas y deleitándome con los temblores provocados por el frío. Oí a lo lejos el sonido de una guitarra, el comienzo de una canción entonada por una voz masculina. Agudicé el oído, controlé la respiración y me dispuse a escuchar más atenta para comprender la letra. Entonces paró. Confundida, retomé la marcha pensando que habían sido imaginaciones mías, pero la música volvió a sonar. Una nota por paso. Paré de nuevo y la música siguió sonando, acompañada de aquella voz que invitaba a desnudar el alma (entre otras cosas). Seguí caminando.
Allí estaba él, con un sombrero calado y sujetando la guitarra como quien sujeta el cuerpo de una mujer, delicado pero firme. No me miró hasta que hubo terminado de cantar, pero yo ya me había enamorado.

-No está terminada. Te estaba esperando.
-Me lo has puesto difícil. Los finales no son lo mío.
-No lo veas como un final. Esto es solo el principio.

Siguió cantando, improvisando antes de que pudiera decir nada. Me senté a su lado y dejé que me invadiera por completo. No sé si era su voz o el descosido de mi corazón, pero estaba a punto de empezar a llorar cuando la Luna, altiva, se asomó por entre los árboles para ser partícipe de nuestro encuentro. Celosa de su brillo y de su sencilla majestuosidad, desvié la mirada hacia el camino que me había llevado hasta allí. Mi bardo, por su parte, siguió deleitándome con su voz, haciéndome caer en su hechizo.

-¿Por qué es tan triste?
Pregunté con un hilo de voz cuando pensé que había acabado.
-No es triste, sólo cantaba un encuentro.

- Si escribo algo, ¿lo cantarás para mí?
- Siempre que quieras.

Tocó un par de acordes sueltos, se quitó el sombrero y le sonrió a la Luna.
- No me había fijado en que teníamos compañía.
- ¿Volveré a verte mañana?
- Claro, me debes una canción.

Un momento después de una fugaz despedida, volvía a casa atravesando el mismo camino y pensando qué clase de canción podría componer para él. Soñé con sus manos, soñé con su mirada y con su boca. Escribí, descarté mil versos y suspiré sobre unos pocos.
A la noche siguiente le encontré en el mismo banco, cantó mi canción y me dejé llevar por su voz. Así fue la noche siguiente, y la siguiente, y muchas más. Hasta que, por vicisitudes del destino, no fue así.
Le esperé tres lunas, pero no volvió. Y aún hoy me sigo preguntando si no fue un sueño todo aquello, mientras escribo canciones que nunca cantará.


1 comentario: